miércoles, 5 de agosto de 2009

Maldición

Que al solo reflejo de mi nombre en tu pupila te estalle el dolor, que tu piel sea corrupta de mí, que te rasgues en dos si me ves a lo lejos, que te estremezcas y sobrecojas al solo creer oír mi voz, que cada vez que entres en una mujer, ansiando entrar en mí, te sientas como un traidor profanándola con los pies descalzos.

Que ya no seas, que te enrarezcas y te pierdas de ti, roído de dolor, que deambules arrojado al infierno de esas calles donde no me encontrarás, que transites por aquellas aborreciendo el desgarro de tus puños crispados al no hallarme.

Que te arrastres por otros cuerpos reptando y mordiéndote los labios ensangrentados para no nombrarme, que el pensamiento lo tengas enredado a mi pubis, encadenado a la rabia de mi olor, que te arrases, te devastes completando la obsesión, que toda yo sea la herida abierta en tu piel ardiente y repudiada, que te sobresaltes al roce, que te retuerzas hechizado y necesites más llagas para respirar el final borrascoso de tu abismo.

Que desees morir, soberbio en tu goce perturbado, que rasgues tu piel buscándome, que la ira relegue a un rincón oscuro de tu cuarto y te estés allí, acurrucado, perdido, las manos aferradas a tu sexo que estalla de mí sabiéndome lejos y palpes la viscosa soledad que te escurre para ir envejeciendo así, encorvado por lo irremediable, la torturante certeza desolada de no tenerme nunca, de dolerte siempre, mientras me sabes aquí en esta noche, perpetrando este designio maldito.

1 comentario:

  1. Son raros estos textos donde uno vuelva todo su rencor y desamor. Generalmente nos llevan a concluir que no, que aún falta mucho camino para olvidar...

    Bellas imágenes de ese dolor.

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